Nunca quise hacer un montaje biográfico sobre Isadora Duncan. La idea partía de componer una partitura sobre su vida y su arte en la que palabra, danza y música caminasen de la mano. Tampoco quería una dramaturgia estructurada de una forma lineal; así pues pedí a Hugo Pérez de la Pica, artista polifacético donde los haya, que me acompañase en esta aventura en permanente transformación. Y escribió “Estaciones de Isadora”, un texto poético. Esa era la clave.
La poesía en la palabra, la poesía en la danza y en la música, hacen de “Estaciones de Isadora” un viaje de muerte y resurrección, de dolor y esperanza. Esa esperanza secreta de creer que nuestro arte efímero nos sobrevive en alguna parte y que generaciones venideras se nutrirán de él. En esto creía firmemente Isadora Duncan.
El público se encontrará con una mujer en un estado de búsqueda constante, transportada por su cuerpo en movimiento y en una voluntad de renuncia permanente;
porque solo desde la renuncia es posible avanzar.
¿Cómo sobrevivir a la memoria del dolor? Isadora lo intentaba consagrando su vida al arte, a la belleza, al amor y a los placeres cual diosa pagana; cruzando fronteras, traspasando límites con un espíritu revolucionario, incansable e insaciable. Y es ese espíritu el que me ha llevado a poner en pie este viaje.